Neuro-fútbol, la ciencia detrás del deporte más popular del mundo
Entrenar la vista, el tacto y el oído es una de las estrategias que se utilizan en este método que busca formar técnicos y jugadores “más inteligentes”.
“Todos los entrenadores hablan sobre movimiento, sobre correr mucho. Yo digo que no es necesario correr tanto. El fútbol es un deporte que se juega con el cerebro. Debes estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, ni demasiado pronto ni demasiado tarde”, dijo alguna vez el histórico futbolista holandés Johan Cruyff, autor del renacimiento futbolístico del F.C Barcelona en la temporada 1973-1974, cuando llegó al equipo que llevaba 14 años sin ser campeón, y con liderazgo logró darle, no solo otro título, sino imprimirle un estilo de juego.
Así que desde entonces, un jugador como Cruyff lo tenía claro. No solo se necesita de alta resistencia física para destacarse en el fútbol, sino también de otras capacidades como la orientación espacial, la habilidad para calcular la velocidad de una jugada y sobre todo, concentración. Estas aptitudes, sumadas a la capacidad de resolución de jugadas, es lo que distintos cuerpos técnicos del mundo, como el de River Plate, de Argentina, se interesan por mejorar en sus jugadores. Se conoce como neuro-fútbol, o la utilización de elementos de la neurociencia para formar jugadores más inteligentes.
En este contexto, la inteligencia se define como la capacidad para resolver problemas. “Buscamos formar jugadores inteligentes que puedan decidir autónomamente, que puedan descifrar los pequeños detalles del fútbol en situaciones disímiles, que logren generar situaciones de juego que incomoden a sus adversarios, que sean creativos y sepan jugar en equipo”, explica Fernanda Escurra, una de las pioneras del neuro-fútbol y profesora de neurociencias aplicadas al aprendizaje del fútbol en la ATFA (Asociación de Técnicos del Fútbol Argentino), fue en este lugar donde, por ejemplo, Mario Alberto Yepes, ex capitán de la Selección Colombia y actual técnico del Deportivo Cali, recibió su título como técnico de fútbol.
La idea de Neuro-Fútbol como proyecto formativo surgió luego de que Escurra llevara su experiencia en el Olympique de Lyon (un histórico equipo francés), a una charla en las instalaciones del club Independiente de Avellaneda, en Argentina. Allí conoció a Enrique Borrelli, ex futbolista y director técnico con quien, desde hace 4 años, lidera este proyecto que incluso, durante el 29 y 30 de septiembre, expondrán en el Coliseo El Salitre, de Bogotá, en el evento llamado Clínica Internacional de Neuro-fútbol, una apuesta formativa para entrenadores de este deporte.
¿Cómo se forma un jugador más inteligente?
Esta metodología propone ciertos ejercicios que se parecen más a pruebas de decatlón matemático que a entrenamiento deportivo, pues se concentran en fortalecer habilidades cognitivas y agudizar los sentidos. Uno de ellos consiste en hacer que una esfera de metal recorra los bordes de una tabla de madera en forma de infinito. “Ese ejercicio activa los dos hemisferios del cerebro y le pedimos al jugador que cada vez que la bola pase por el centro, cuente de tres en tres a partir de siete, con lo cual no solo tiene que seguir con la visión la esfera y mantener ese trabajo mecánico, sino que debe realizar un esfuerzo mental que requiere atención”, explica Escurra. Para agregarle mayor dificultad, en ocasiones el ejercicio se lleva a cabo manteniendo el equilibrio sobre una tabla.
Otros ejercicios proponen conducir el balón con la cabeza levantada, focalizando la atención en una pantalla que muestra números o palabras para que el jugador las repita. Con esto se busca mejorar dos características; la primera, el tacto, pues la intención es lograr que el balón siempre esté cerca al pie, para así, en una situación de juego, se aumenten las posibilidades de driblar o maniobrar en el momento de enfrentar al rival. Este es el estilo de dominio del balón que poseen jugadores como Lionel Messi o Ronaldinho.
La segunda característica es desarrollar una visión panorámica. Al tener consciencia de la cercanía del balón, es posible conducirlo con la vista hacia el frente, así, la percepción sobre el terreno de juego se amplía. “Los futbolistas jóvenes miran el balón y a los rivales, los experimentados miran los espacios libres. Nosotros los entramos para mirar los espacios libres. Esto le da velocidad y precisión al juego” añade Escurra.
Tecnología y fútbol
Actualmente existe tecnología capaz de mostrar cuántas veces un jugador toca el balón, su porcentaje de buenos y malos pases y la distancia que recorre durante un partido, pero no da indicios del porqué de esos datos. Aunque Escurra señala que por el momento la medición del progreso del deportista se realiza por observación, asegura que mediante varias aplicaciones, que están en proceso de desarrollo, y que incluso el equipo de Neuro-Fútbol las está creando, bajo el nombre de Neurofutlab, se podrá conocer qué tiene en cuenta el futbolista en el momento de intentar una jugada, por qué decidió de una u otra forma, “en qué orden, a qué velocidad. Eso me da información sobre la estrategia de búsqueda del futbolista, hay quienes lo hacen por líneas, otros por columnas, hay personas que lo hacen al azar y eso también me habla sobre su personalidad”.
La tecnificación del deporte permite que apuestas como la neurociencia en el fútbol tengan cada vez más eco y encuentren respuesta en distintos países; por ejemplo, en Colombia, la escuela de fútbol de Chacarita Juniors, en Bogotá, utiliza esta misma técnica para formar a niños y entrenadores. Cada vez son más las apuestas que se enfocan en un entrenamiento integral del deportista, que no se limita al fortalecimiento físico, sino que se interesa por los otros aspectos de su vida. Es por eso que cada vez es más común encontrar en la estructura de los equipos, a psicólogos, motivadores, y ahora neurocientíficos.
¿Cómo se forma un jugador más inteligente?
Esta metodología propone ciertos ejercicios que se parecen más a pruebas de decatlón matemático que a entrenamiento deportivo, pues se concentran en fortalecer habilidades cognitivas y agudizar los sentidos. Uno de ellos consiste en hacer que una esfera de metal recorra los bordes de una tabla de madera en forma de infinito. “Ese ejercicio activa los dos hemisferios del cerebro y le pedimos al jugador que cada vez que la bola pase por el centro, cuente de tres en tres a partir de siete, con lo cual no solo tiene que seguir con la visión la esfera y mantener ese trabajo mecánico, sino que debe realizar un esfuerzo mental que requiere atención”, explica Escurra. Para agregarle mayor dificultad, en ocasiones el ejercicio se lleva a cabo manteniendo el equilibrio sobre una tabla.
Otros ejercicios proponen conducir el balón con la cabeza levantada, focalizando la atención en una pantalla que muestra números o palabras para que el jugador las repita. Con esto se busca mejorar dos características; la primera, el tacto, pues la intención es lograr que el balón siempre esté cerca al pie, para así, en una situación de juego, se aumenten las posibilidades de driblar o maniobrar en el momento de enfrentar al rival. Este es el estilo de dominio del balón que poseen jugadores como Lionel Messi o Ronaldinho.
La segunda característica es desarrollar una visión panorámica. Al tener consciencia de la cercanía del balón, es posible conducirlo con la vista hacia el frente, así, la percepción sobre el terreno de juego se amplía. “Los futbolistas jóvenes miran el balón y a los rivales, los experimentados miran los espacios libres. Nosotros los entramos para mirar los espacios libres. Esto le da velocidad y precisión al juego” añade Escurra.
Tecnología y fútbol
Actualmente existe tecnología capaz de mostrar cuántas veces un jugador toca el balón, su porcentaje de buenos y malos pases y la distancia que recorre durante un partido, pero no da indicios del porqué de esos datos. Aunque Escurra señala que por el momento la medición del progreso del deportista se realiza por observación, asegura que mediante varias aplicaciones, que están en proceso de desarrollo, y que incluso el equipo de Neuro-Fútbol las está creando, bajo el nombre de Neurofutlab, se podrá conocer qué tiene en cuenta el futbolista en el momento de intentar una jugada, por qué decidió de una u otra forma, “en qué orden, a qué velocidad. Eso me da información sobre la estrategia de búsqueda del futbolista, hay quienes lo hacen por líneas, otros por columnas, hay personas que lo hacen al azar y eso también me habla sobre su personalidad”.
La tecnificación del deporte permite que apuestas como la neurociencia en el fútbol tengan cada vez más eco y encuentren respuesta en distintos países; por ejemplo, en Colombia, la escuela de fútbol de Chacarita Juniors, en Bogotá, utiliza esta misma técnica para formar a niños y entrenadores. Cada vez son más las apuestas que se enfocan en un entrenamiento integral del deportista, que no se limita al fortalecimiento físico, sino que se interesa por los otros aspectos de su vida. Es por eso que cada vez es más común encontrar en la estructura de los equipos, a psicólogos, motivadores, y ahora neurocientíficos.
La ciencia del balón de fútbol
El baloncesto, el balonmano, el waterpolo o el voleibol, incluso un deporte de caballeros como el rugby se sirve de un balón, ciertamente extraño, pero balón al fin y al cabo.
Incluso hay deportes que usan versiones más pequeñas de balones, es decir, pelotas, como el tenis, el béisbol, el tenis de mesa, o la cesta punta, que como su nombre indica, además de la pelota, dota al jugador de una prolongación del brazo (cesta) con la que impulsa la pelota, algo similar a los propulsores utilizados en la prehistoria para alcanzar mayores distancias con las lanzas durante las cacerías.
Pero si hay un deporte que consume minutos de televisión por encima de cualquiera de los citados, es el fútbol. Es un ejercicio interesante buscar las relaciones de este deporte con las distintas ciencias. Por ejemplo, aunque en las retrasmisiones radiofónicas deportivas del fin de semana se suele usar la palabra “esférico” como sinónimo de balón, lo cierto es que no lo es.
Si miramos con atención un balón de fútbol clásico, de los de toda la vida, podremos ver que está formado por un conjunto de 20 hexágonos y 12 pentágonos, de tal manera que en cada vértice coinciden dos hexágonos y un pentágono, y nos podremos dar cuenta de otro detalle: No es perfectamente esférico.
El balón con el que jugábamos en la calle es en realidad un icosaedro truncado y tan sólo alcanza el 86,74% de redondez, mientras que existen otras estructuras poligonales, susceptibles de convertirse en balones, que pueden mejorar ese porcentaje hasta el 94,33%, como por ejemplo, a lo que la topología ha dado el nombre de rombicosidodecaedro, que está formado por doce pentágonos regulares, treinta cuadrados y veinte triángulos equiláteros, como explicó el profesor de la universidad del País Vasco, José Ignacio Royo, en la IV edición del curso de verano de la UPV/EHU, “Cultura con M de matemáticas”.
Modernamente, las formas geométricas tradicionales de los balones de futbol han sido sustituidas por otras que han tenido extraños efectos durante el vuelo. El modelo Jabulani, del mundial de 2010, construido a partir de 8 paneles, se convirtió en la pesadilla de los porteros y en una fantasía para los delanteros. La NASA llegó a calificarlo de “sobrenatural” por sus extraños efectos aerodinámicos.
El nuevo modelo de 2014, de seis paneles, antes de ser presentado pasó por diversos estudios de sus propiedades aerodinámicas, a partir de diversas formas y números de paneles; un túnel de viento como si fuera un fórmula 1; y las patadas de un robot, que permitió examinar con detenimiento la relación entre las formas y la orientación de los paneles y sus características de vuelo, hasta el punto de que los investigadores aseguraron ser capaces de predecir su trayectoria.
Según los autores, los test en el túnel de viento han demostrado que la resistencia aérea varía con la orientación de los paneles y que la fricción es menor en el balón de seis paneles. Curiosamente, la segunda pelota más estable en el experimento fue la convencional de 32. Étienne Ghys, un matemático francés que trabaja en geometría y sistemas dinámicos se mostraba maravillado, en un divertidísimo artículo, de que los ingenieros de Adidas “simplemente hayan ‘redescubierto’ el teorema de Pogorelov”.
El baloncesto, el balonmano, el waterpolo o el voleibol, incluso un deporte de caballeros como el rugby se sirve de un balón, ciertamente extraño, pero balón al fin y al cabo.
Incluso hay deportes que usan versiones más pequeñas de balones, es decir, pelotas, como el tenis, el béisbol, el tenis de mesa, o la cesta punta, que como su nombre indica, además de la pelota, dota al jugador de una prolongación del brazo (cesta) con la que impulsa la pelota, algo similar a los propulsores utilizados en la prehistoria para alcanzar mayores distancias con las lanzas durante las cacerías.
Pero si hay un deporte que consume minutos de televisión por encima de cualquiera de los citados, es el fútbol. Es un ejercicio interesante buscar las relaciones de este deporte con las distintas ciencias. Por ejemplo, aunque en las retrasmisiones radiofónicas deportivas del fin de semana se suele usar la palabra “esférico” como sinónimo de balón, lo cierto es que no lo es.
Si miramos con atención un balón de fútbol clásico, de los de toda la vida, podremos ver que está formado por un conjunto de 20 hexágonos y 12 pentágonos, de tal manera que en cada vértice coinciden dos hexágonos y un pentágono, y nos podremos dar cuenta de otro detalle: No es perfectamente esférico.
El balón con el que jugábamos en la calle es en realidad un icosaedro truncado y tan sólo alcanza el 86,74% de redondez, mientras que existen otras estructuras poligonales, susceptibles de convertirse en balones, que pueden mejorar ese porcentaje hasta el 94,33%, como por ejemplo, a lo que la topología ha dado el nombre de rombicosidodecaedro, que está formado por doce pentágonos regulares, treinta cuadrados y veinte triángulos equiláteros, como explicó el profesor de la universidad del País Vasco, José Ignacio Royo, en la IV edición del curso de verano de la UPV/EHU, “Cultura con M de matemáticas”.
Modernamente, las formas geométricas tradicionales de los balones de futbol han sido sustituidas por otras que han tenido extraños efectos durante el vuelo. El modelo Jabulani, del mundial de 2010, construido a partir de 8 paneles, se convirtió en la pesadilla de los porteros y en una fantasía para los delanteros. La NASA llegó a calificarlo de “sobrenatural” por sus extraños efectos aerodinámicos.
El nuevo modelo de 2014, de seis paneles, antes de ser presentado pasó por diversos estudios de sus propiedades aerodinámicas, a partir de diversas formas y números de paneles; un túnel de viento como si fuera un fórmula 1; y las patadas de un robot, que permitió examinar con detenimiento la relación entre las formas y la orientación de los paneles y sus características de vuelo, hasta el punto de que los investigadores aseguraron ser capaces de predecir su trayectoria.
Según los autores, los test en el túnel de viento han demostrado que la resistencia aérea varía con la orientación de los paneles y que la fricción es menor en el balón de seis paneles. Curiosamente, la segunda pelota más estable en el experimento fue la convencional de 32. Étienne Ghys, un matemático francés que trabaja en geometría y sistemas dinámicos se mostraba maravillado, en un divertidísimo artículo, de que los ingenieros de Adidas “simplemente hayan ‘redescubierto’ el teorema de Pogorelov”.
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